¿Recuerdas?

¿Recuerdas?
La pureza y simpleza de la niñez

Tuesday, June 5, 2007

SATIRA...

El otro día, deambulando por mi ciudad, llegué a una esquina, una intersección, justo ahí donde 2 calles se cruzan, y el semáforo hace lo suyo para que automóviles y humanos puedan coexistir. Estaba un poco alejado de aquel vértice, pero desde mi puesto pude divisar a dos siluetas, una junto a la otra. La una, alta, espigada, firme, circunspecta e inamovible, correspondía a la de un sujeto que, por su atuendo negro, pulcro y muy limpio, no podía ser otra que la de un hombre de Dios, un pastor o algún sacerdote. Espejuelos plateados, rostro bien afeitado, cara mas bien delgada, no había evidencia de calvicie y la cabellera estaba completa y bien peinada; por los gestos, se veía que traía prisa. Junto a la primera silueta, la otra, parecía mas bien un amorfo bulto con sendas abolladuras. Este se elevaba a poca altura del suelo, llegaba mas o menos a mitad de la altura de su contraparte. Por los movimientos rudos y toscos, por la forma de reptar por el piso sobre un trozo de cartón, con unos brazos mas largos que su tronco y con unos adefesiosos apéndices que se divisaban por debajo de la rechoncha masa de carne, se podía intuir que se trataba de un desafortunado hombre, con serias limitaciones físicas. La cabeza era una maraña de pelos sucios y enredados, el rostro ennegrecido por el sol y con el sudor a flor de piel, la falta de varios dientes adornaba graciosamente el deplorable cuadro, el hedor a orines y falta de baño se podía percibir incluso desde donde yo me encontraba.

Ambas siluetas, contrastando la buenaventura y la desdicha, coincidieron en esa esquina. Los caprichos del destino juntos en ese día.

Ambos individuos se miraron brevemente a los ojos, de arriba abajo y de abajo arriba. Seguidamente miraron al frente, esperando la benevolencia del semáforo para poder sortear el tráfico del medio día.

Los segundos pasaban y los dos personajes comían ansias por cruzar. De repente un automóvil apresurado, tratando de ganarle al amarillo del semáforo, decidió pasar cual alma que lleva el diablo, muy cerca del diácono y el tullido. Por esas cosas de la vida, justo al pie de ambos seres, se encontraba un charco, -muy típico de nuestra ciudad- de lodosas y pestilentes aguas, ornamentadas con papeles y puchos de cigarrillos, uno que otro pedazo de comida y uno que otro desperdicio de desconocido origen. La suerte quiso que auto y charco se encuentren, haciendo de éste una enorme hola, que cual marejada amenazaba a ambos individuos, allí posados en la esquina. El cura, hábilmente supo sortear el salpicón, fue capaz de retroceder ágilmente de un solo salto, mientras que nuestro aliado del infortunio, incapaz de tales proezas, no le quedó mas que resignarse a ser empapado... mejor dicho, bañado con el bálsamo de la obstruida alcantarilla, puchos y papeles ennegrecidos adheridos a su anatomía.

Una vez que la marea bajó, el retorcido hombre empezó a hablar de muy profana y blasfema manera. Profería insultos a todo y a todos. Renegaba de la fortuna que le había tocado. La suerte de insultos que provenían de los labios de este ser, tenía un calibre inimaginable. La ira, impotencia, amargura, infelicidad se hicieron amalgama que alimentaba los improperios que este sujeto verbalizaba.

El cura habiendo observado lo sucedido y sintiéndose escandalizado por tanto procaz "eufemismo", increpó al enlodado sujeto. Le recriminó por el soez vocabulario que estaba haciendo uso, y lo sermoneó diciéndole que tanta "mala palabra" no era algo de cristianos, que Dios se podía ofender con tanto improperio y que desde las alturas un castigo severo le podía acaecer.

"Hijo, no blasfemes de este modo, mira que Dios te puede castigar"

El mal logrado ser abruptamente calló su verbo, elevó su mirada, lentamente escudriñó a su interlocutor y clavó su mirada en los ojos del sacerdote, seguidamente se miro a si mismo, de arriba abajo, se arreglo las greñas y con un desgarbado ademán de dignidad, esbozó un mueca que resumía la ironía, el sarcasmo, y todo su dolor, luego con toda la parsimonia del mundo replicó: ¿Y qué, acaso Dios me va a embarazar?

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