¿Recuerdas?

¿Recuerdas?
La pureza y simpleza de la niñez

Tuesday, April 6, 2010

Celebremos al líder en su semana santa...

Eran tiempos del Imperio Romano. Publio Castus, era un importante gobernador de una región distante de dicho imperio.

El hombre en cuestión, un prominente lenguaraz, era famoso por su imponente personalidad, que pese a su irascible, intolerante y pendenciero carácter, se había granjeado las simpatías del vulgo gracias a que en los días de circo, los cuales no eran muy escasos, se dedicaba a repartir mendrugos de pan y otras chucherías entre un acto y otro.

Bestias salvajes eran faenadas a manos de sus lacayos. Gordas horrorosas eran ultrajadas por momias cocteleras. Enanos fachines hacían las delicias del público con sus maromas y jerigonzas. En las tribunas altas se reunían los filosofastros de monólogos, quienes emitían sabias sentencias sobre cómo debía ser manejada la cosa en el imperio. Los defensores de derechos humanos, a la vera del casto Publio, se embutían la boca con los manjares que el generoso gobernante proveía a sus fieles adeptos, y luego éstos acudían a regurgitar lo ingerido en los vomitorios diseñados para esa nueva casta social que se dedicaba a adular a Publio, mientras dirigían sus miradas al Olimpo ignorando los martirios a los cuales todos los que opinaban diferente eran sometidos en los espectáculos circenses. Un grupo de afeminados esbirros en rosados atuendos, se arremolinaban alrededor del líder en sendos círculos de similar color. Era tal el ambiente de pachanga, holgazanería, y derroche, que nadie ponía atención a las trapacerías y atracos a los bienes públicos. La podredumbre moral y ética habían llegado a tal grado de descomposición, que la justicia era inexistente. Eran épocas similares a Sodoma y Gomorra.

En esos mismos tiempos acaeció el cumpleaños del amado líder. Para tan magno evento, sus agenciosos colaboradores decidieron sorprenderlo con un regalo espectacular, a la altura de su gran envestidura. Coincidencias de la vida, en aquellas épocas también habían surgido opiniólogos a millares surgir, quienes criticaban las cosas feas de ese territorio y a quienes lo administraban.

Uno de ellos, quien parecía una verdosa urraca parlanchina, había despotricado y derramado tanta bilis, que en alguna ocasión se hizo merecedor de ejemplar castigo durante uno de aquellos días de circo: la enardecida turba que había sido convocada por Publio Castus en coro humilló al opiniólogo y lo mandó a la casa de la percha labrada convenientemente, a la cual se asegura el grátil de una vela.

En la mañana de su cumpleaños, Publio Castus abrió sus ojitos, y desde su ventana divisó a lo lejos al mismo pobre infeliz opiniólogo, el mismo que había sido crucificado. Gesticulaba con sus labios, el pobre desdichado, algunas palabras que, por la lejanía, no se podían escuchar ni entender. Entonces furibundo y energúmeno, creyéndose sujeto de una burla por parte del sujeto de la cruz, ordenó al matón Camilus, (que era quien había logrado poner en la cruz al cotorro aquel) a que le siga aplicando el correctivo. Pese a ello y a los azotes y palazos propinados, la urraca parlanchina no dejaba de seguir gesticulando con sus labios palabras que no se entendían.

Decidió entonces Publio Castos dirigirse hasta el sitio en el que se encontraba crucificado el opiniólogo. Al pie de dicha cruz, el sujeto seguía gimoteando y moviendo sus labios, pero el susurro que de ellos se emanaba no era entendible. Ordenó Publio que le colocasen una escalera para subir y acercarse al rostro del agónico sujeto y preguntarle qué es lo que tanto gimoteaba.

Es así que una vez cara a cara con el desdichado, Publio acercó su oído para descubrir que lo que había estado haciendo todo este tiempo el crucificado era cantando la siguiente tonada: “Haaaa-ppp-y bbb-errr-deyy tuuuh-hhu yu” “Haaaa-ppp-y bbb-err-deyy tuuuh-hhu yu.” Mientras tanto otros imbéciles aduladores le cantaban las mañanitas.

1 comment:

Professor Hoax said...

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia.